martes, 12 de agosto de 2008

La multa mayor

El recinto del tribunal estaba lleno. No tanto por la importancia de los crímenes que serían juzgados sino por la presencia del prefecto de Nueva York. El fiscal que acostumbraba, en esas ocasiones, sentenciar casos policiales simples con decisiones que eran famosas por su contenido de sabiduría y originalidad. Uno de los acusados fue pillado im fragranti robando pan en una panadería muy llena. El hombre inspiraba compasión: muy delgado, barba de días, las ropas en desaliño; ¡era la propia imagen de la miseria! El fiscal lo sometió, solemne, al interrogatorio. Consultó los testimonios y, después de una rápida presentación, lo consideró culpable aplicándole la multa de cincuenta dólares. La alternativa sería la prisión… Enseguida dirigiéndose a la pequeña multitud que acompañaba, atenta, el juicio dijo perentorio:
– En cuanto a los presentes; están todos condenados a pagar medio dólar cada uno. Cantidad que servirá para liquidar la deuda del reo restituyéndole la libertad. Y ante la estupefacción general acentuó: – ¡Están multados por vivir en una ciudad donde un hombre es obligado a robar pan para matar el hambre!
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Todos nosotros, habitantes de cualquier ciudad del Mundo, estamos sujetos a una multa muy severa. A una sanción mucho más grave – la frustración de la Felicidad, los desajustes interminables, las crisis de angustia – por vivir en un planeta donde las palabras: fraternidad, bondad, solidaridad, son enunciadas como virtudes raras; cuando son apenas elementales deberes, indispensables, a la preservación del equilibrio en cualquier comunidad.
No hay alternativa. Nos podemos aislar de la multitud afligida y sufridora pero jamás estaremos bien porque la infelicidad es el clima crónico de los que se encierran en sí mismos.
Libro "Cruzando la Calle" - Richard Simonetti

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